lunes, 12 de noviembre de 2007

Entre las rejas se cuelan muchas cosas

Con Horacio habíamos planificado hacer un ejercicio literario que consiste en ir eligiendo medio al azar una serie de palabras, y luego se escribe un texto que las contenga. Aunque, a la vez, habíamos planificado no planificar mucho, pues la idea era también dejarnos encontrar con las muchachas y con el lugar. O más bien dejarnos perder…
Al final, desde el principio, nos conquistó el encuentro y la alegría de ellas por ser miradas y escuchadas. Leídas.
Intentaré jugar yo, en este peculiar texto, con frases y palabras, y dejar salir lo que creo fue una experiencia única, a partir de fragmentos de imágenes y sensaciones que aún no puedo ordenar.

Risas:
Una de las cosas que no esperaba era reírme. Y nos reímos mucho.
Paradoja:
Una de las presas (que no conocimos pues no participó del encuentro) siente que ese lugar es su libertad. Es que del otro lado de las rejas había para ella un lugar aún más encerrado y violento, de esos que existen, en distintos grados, en las casas menos sospechadas.
Lectura:
La lectura fue uno de los nucleadores de la charla. Los libros de la biblioteca, prolijamente ordenados, como parte de los elementos más destacados de la sala, los comentarios de los libros que leyeron, que les gustaron o que les aburrieron, la lectura de un pequeño cuento de Cortázar, los géneros literarios que más nos gusta leer, en fin, ¿será porque estábamos en una biblioteca?
Sorpresa:
Una de las muchachas trajo un cuaderno en donde tenía escritos varios textos de ella. Nos leyó dos de ellos y nos sorprendió su calidad literaria.
Rabia:
Intelectual y emocional. Eso es lo que me pasa cuando pienso en nuestro sistema carcelario, en la situación de abandono a la que se someten muchas personas, y más rabia cuando se escucha y se ve la necesidad y las ganas de hacer cosas, de trabajar, de producir, tanto del lado de los presos, como de muchas iniciativas que se crean para generar oportunidades de desarrollo y estímulo de estas personas y que, al no encontrar apoyo institucional, es difícil sostener tales iniciativas.
Mejor no saber:
El tema de por qué estaban cada una allí. Algunos casos fueron revelados, pero otros no. La línea es delicada: entre la curiosidad, los sentimientos, los valores, los prejuicios, entre la culpa y el estigma, lo que se dice y lo que se piensa, lo que uno cree que el otro cree, no sé, nada era explícito, pero esa cuestión sobrevoló todo el tiempo. Por lo menos a mí. Lo que entendí era que mejor no saber, lo que importa y tiene sentido es ese intercambio y esa confusión para producir cosas y para aprender con otros, siempre diferentes a uno.
Colores:
Lo primero que me llamó la atención fue el colorido. Había como unos ladrillos rojos y un montón de ropa colgada de diversos colores. Yo esperaba un lugar lúgubre y sombrío. No sé por qué esperaba eso, si es un lugar que alberga vidas…
Rostros duros:
A parte de las muchachas con las que compartimos todo ese rato había otras, más o menos cercanas al grupo nuestro, a quienes no pude descifrar sus gestos. Algunos rostros me impresionaron por su dureza. Aunque ahora recuerdo que dos de las muchachas dijeron que ese lugar las había vuelto más duras.
Escenas misteriosas:
Grupos de dos o más mujeres en el patio cuchicheando, calladas, o en torno a un teléfono haciendo algo raro. Escenas difusas que tampoco pude descifrar y que cuelan lo otro de la cárcel que no vimos.
“De la cárcel lo más lindo”:
Esa frase nos quedó con Horacio, y la compartimos con Liana, cuando salimos. Por las cosas que nos contó Liana, y por lo que percibimos allí, la cárcel de Canelones es de las más “tranquilas”. Y ese encuentro, además, producía un clima especial en contraste con el día a día allí adentro (la angustia, el llanto, las depresiones, las situaciones violentas, en fin, de todo eso que también charlamos, pero no “vimos”).
Luna y esperanza:
Luna es una perrita negra muy simpática que nos acompañó un rato moviendo su cola todo el tiempo que estuvo con nosotros. Esperanza una gatita cachorra que chilló todo lo que pudo hasta conseguir lo que quería: tomar una mamadera en el regazo de una de las muchachas con la panza para arriba.
“¿Van a volver?”:
Tal pregunta se hizo sentir al final del encuentro. Eso queremos, pero también me pregunto: ¿no será mejor que no estén allí cuando regresemos?
Ojos vidriosos:
Así se los noté a una de las muchachas cuando volvió de hablar por teléfono con uno de sus hijos.
“Una sensación que me queda para toda la semana”:
Esta frase la dijo otra, también madre, quien contó que cada vez que sus hijos van a visitarla se entreveran los cuerpos como un nudo, se quedan abrazados y se dan besos, y ella intenta retener esa sensación hasta el próximo encuentro.
Café, mate y galletitas:
La merienda no se extrañó. La verdad es que ellas construyeron un encuentro amigable y fluido, calentito como el mate y el café, y dulce como las galletitas, casi no parecía una cárcel.
Casi:
En ese casi se cuelan muchas cosas. Las rejas no se veían pero se sentían. Las de ellas, en algunas frases, en algunos gestos, en su demanda. La mía, en mis prejuicios, mi impotencia, mi incertidumbre. ¿Para qué fui? Eso todavía no lo puedo responder. Supongo que muchas de ellas tampoco saben exactamente por qué están allí, o que otras prisiones afuera las llevaron a ésta. La delgada línea entre la libertad y la prisión es difícil de trazar. Y más débil aún si prestamos atención a que somos seres sensibles, emocionales, contradictorios, constituidos a partir de un afuera, nuestra sociedad, nuestra cultura, nuestro lenguaje, de ese lugar que es también el que nos empuja a dar pasos o saltos que no hubiéramos dado si hubiéramos estado en otras circunstancias, otros contextos. Y ese que nos empuja es también, paradójicamente, el que nos juzga.
La reja, pues, que nos separa de ellas es esa que nos abrieron para entrar al pabellón. Esa que está amurada en la abertura de una pared en la cárcel de Canelones. Quizás haya, también, otras rejas que nos unen o nos separan de otra manera, esas que no son tan fáciles de ver.
Y la libertad… nos apresó allí adentro, cuando la risa logró colarse por los barrotes.

Agradezco a Horacio por haberme invitado.
A Liana, también, y le sumo mis felicitaciones por el proyecto y por la honestidad y calidad con que trabaja.

Carina Infantozzi

1 comentario:

Anónimo dijo...

GRacias por la viviencia,
estas letras son las que quisieramos escribirlas y decircelas a todo el mundo ... nos ha sacado las palabras del corazon, no solo de la boca..

TAPARACO(tiempo abierto para conocer)
taparaco@bolivia.com